El último viaje lo hice hace pocos meses. No voy a aburrirlos con detalles de película. Se me derritió la nave como en otros viajes y volví.
Aterricé en un paraje del oeste de ésta nueva África. Sin internet. Pero con muchos libros y las pócimas de los Antiguos poetas Dionísicos. Estoy paseando por sendas de verde fulgor. A pesar del calor, a pesar de los mosquitos. Alejado de lo mundano, muy alejado del vil metal. Y agradecido a mí mismo por no haber vendido mí alma al Coludo. Ahora tengo un montón de cajas que ordenar o no. Y ayudando a otros a contruir la Balsa. Tengo ochenta y cuatro años pero parezco de cuarenta y ocho. Tengo amigos de siempre. Tengo nuevos amigos de hoy y sigo sin recordar chistes. Extraño a mis hijas y un humilde trabajo. Pero mientras el Barba me guíe yo seguiré caminando estos senderos luminosos. Y sin me rondan esas luciérnagas de música. El sabor de una nota. El color de un acorde es igual al remolino arco iris que forma el aceite en un charco del agua de una esquina de Pompeya, por la mañana. Belleza pura. Mí alma está con ustedes, y con tu espíritu...
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